sábado, 28 de agosto de 2010

Ceuta y Melilla

La lucha por el poder hace que las naciones fuertes quieran convertirse en Imperios. A veces es una obra personal, como la de Alejandro Magno, otras, una lucha continuada como en el Imperio romano. Las naciones sometidas o bien se incorporan a la metrópoli por asimilación (polifagia) o bien se convierten en colonias disfrazadas como Filipinas y Cuba, o se adjetivan al estilo de Congo Belga, Guinea Española. Esta fagocitosis política, cuya base doctrinal puede rastrearse en Hegel o Darwin, mantiene como pretextos la exportación de una cultura o tecnología superior (lo cual a veces es cierto) o de una religión ‘verdadera’ (nunca es cierto), cuando en realidad ocultan una explotación económica, a veces despiadada, o un genocidio étnico, religioso o ideológico. En todo caso el resultado es una discriminación y alienación de los pueblos sometidos que acaban creyendo que no pueden sobrevivir sin sus dueños.

Los españoles ya emplearon estos métodos en el Nuevo Mundo mediante un sistema feudal de encomiendas, imponiendo su religión y su idioma, pero buscando desesperadamente el oro y la expoliación.

Para impedir la independencia de Filipinas (1898) se envió al general Camilo Polavieja para ahogar en sangre a los sublevados. Tampoco se pudo impedir la insurrección de Cuba (1898) a pesar de la presencia de un ejército de 200.000 hombres. Por el Tratado de Paris, España renunció a Filipinas, Guam, Cuba y Puerto Rico, a favor de EE.UU. a cambio de 20 millones de dólares

La cuestión marroquí.- Lo que está ocurriendo en estos momentos no es baladí, a pesar de que el gobierno lo disfrace de un bloqueo perpetrado por cuatro exaltados y se nos repita que, como siempre, todo está atado y bien atado. El pasado 28 de junio, la prensa publicó unas declaraciones de Salahdine Mezouar, ministro de economía marroquí, donde aseguraba que ‘Ceuta y Melilla son marroquíes, y España y los españoles lo saben’. Añadiendo con cierta ironía ‘El mundo árabe pasó siete siglos en Andalucía, pero no se quedó, salió".

Desde luego la Cope no lo sabe: "Ceuta y Melilla son ciudades españolas desde hace siglos, mucho antes de que existiera Marruecos". Ya en 1923 el mismísimo Primo de Rivera hizo una inesperada declaración en el Senado a favor del abandono de Marruecos.

El Tribunal Constitucional, ignorando la Historia, ha repetido hasta la saciedad ‘la indivisible unidad de España’, cuando en 1897, Pi i Margall ya se preguntaba ¿Cual?, ¿La de Pelayo? ¿La de Felipe II? ¿La del Califato Omeya (que ocupó Melilla en el 927)? ¿La sin Portugal (1668), sin Gibraltar (1713) y sin el Rosellón (1659)?

Si se refieren a la unidad lingüística, "además del dialecto de Castilla se habla aquí el catalán, el valenciano, el mallorquín, el bable, el gallego y el vasco" (Pi i Margall, I-V-1897).

La dialéctica histórica es un reloj inexorable. Los procesos de descolonización se fueron acentuando durante el S.XX debido especialmente a la revolución comunista. Franz Fanon (psiquiatra y discípulo del catalán F. Tosquelles) en su libro Les dammés de la terre ha dado argumentos a muchos procesos de liberación anticolonial, advirtiendo del peligro de mantener en el subconsciente la patología del culto al líder.

Es evidente que a España le falta visión de la dialéctica histórica frente a los muchos problemas que no ha sabido resolver, como Cataluña y Euskadi.

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